sábado, 5 de marzo de 2022

Nueva novela: Rastro mortal


Hola a todos. 

Después de haber escrito y publicado ocho novelas históricas en Amazon, tanto en formato electrónico como en papel (en el enlace podéis tener acceso a ellas: Libros de Antonio Orozco Guerrero), "Rastro mortal" es la primera que puede ser considerada más una novela policíaca que histórica, sin que falten ciertos toques de novela de aventuras y negra, lo cual no significa que se haya dejado sin cuidar el marco histórico en la que se desenvuelve. 




La sinopsis puede serviros para saber de qué va esta nueva novela, en la que tengo puestas buenas dosis de esperanza respecto a que llegue a mayor número de lectores que las anteriores:

 Año 1974. El inspector Horacio Ventura, un abogado joven que ha querido ser policía antes de formar parte del bufete de su acaudalado padre, sigue el rastro de un asesino que ha acabado con la vida de varias personas en un club de alterne de la Carretera Nacional Cuarta, camino de Andalucía.

Lo acompaña el agente Juan Pérez, un veterano de la División Azul, demasiado proclive a repartir bofetadas en contra de la opinión del inspector, y Laura Kobler, una prostituta del club, que se salvó de milagro de morir a manos del asesino.

Nadie lo sabe, pero Laura es más que una testigo, pues, en realidad, su búsqueda esconde un deseo de recuperar las huellas de un pasado ya lejano. Conoce al asesino desde mucho tiempo antes y quiere saber a través de él acerca de ciertos acontecimientos familiares que tiene enterrados en la memoria.

Entre Ventura y Laura surge una extraña relación, mezcla de atracción y rechazo, que no se sabe en qué podrá terminar. El inspector, por otro lado, odia los métodos del agente, aunque tal vez termine admitiendo que, en algunas ocasiones, pueden ser necesarios. En definitiva, los roces entre los tres seguidores del rastro del criminal serán constantes, pero, al mismo tiempo, su amistad y unión se irán haciendo cada vez más fuertes.

¿Conseguirán capturar al asesino?

¿Qué terrible secreto puede descubrir Laura si lo hacen?



Ya se encuentra disponible para reservarla en amazon en este enlace:  Rastro mortal  

Reservarla ahora supone un descuento del cincuenta por ciento respecto al precio que tendrá a partir del 31 de marzo de este año 2022, cuando se publique. 




domingo, 21 de marzo de 2021

La libertad religiosa y las Cortes de 1869


NOTA PREVIA: Estimado y paciente lector: Soy consciente de que este post es extenso y denso, extremos ambos que reconozco como poco recomendables si pretendo que lo leas hasta el final. Espero, al menos, que lo hagas por partes o recogiendo solo lo que te interese, y, sobre todo, que ayude a entender cómo se fraguó en España, por primera vez, la aprobación constitucional de la libertad de cultos, cuestión  que ha sido uno de los principales motivos de disputa entre confesionales y librecultistas, o clericales y anticlericales.  Dicho esto, aquí comienzo.  

Desde la inauguración de las Cortes Constituyentes el 11 de febrero de 1869 hasta el 30 de marzo, día que la comisión correspondiente presentó el proyecto de Constitución, llegaron numerosas peticiones a la Asamblea, destacando las que se referían a la abolición de quintas, concesiones de indultos y reducciones de condenas, supresión del impuesto personal y abolición de la esclavitud en Cuba y Puerto Rico. Pero las que se referían a temas eclesiásticos fueron escasas. Del total de ciento cincuenta y cuatro peticiones, solo cinco tenían relación con la Iglesia católica y de ellas la única que pedía la unidad católica (es decir, el mantenimiento de la confesionalidad del Estado Español) fue la del obispo de Mallorca: 

El 27 de febrero de 1869 se leyeron las 22 peticiones que habían llegado hasta entonces. La número 2, del Ayuntamiento de Nava de Francia (Salamanca) pedía que se redujera el presupuesto del clero; la número 9, del obispo de Mallorca, la unidad católica. La número 17,  del Ayuntamiento de Valmojado (Toledo), la libertad de cultos; y la número 22, de “un crecido número de vecinos de Tarragona”, la separación de la Iglesia y el Estado. El 6 de marzo se leyeron otras 40 peticiones y el 13 del mismo mes otras 38, pero ninguna de ellas se refería a contenidos relacionados con la Iglesia. El 20 se leyeron  51 recibidas en los últimos siete días. Una de ellas, la número 136, de los vecinos de la parroquia de San Salvador de Serantes (La Coruña), solicitaba que las Cortes declarasen las prestaciones y ofrendas como puramente voluntarias “toda vez que el culto y sus ministros están  sostenidos por el Estado”[1].

La gran cuestión que se iba a plantear en las Cortes era la relativa a la libertad de cultos. El tema se suscitó el 23 de febrero, a poco de iniciarse las sesiones, cuando se estaba discutiendo si se daba un voto de gracias al Gobierno Provisional y se encomendaba a Francisco Serrano la formación de un nuevo Ministerio. Los diputados de la derecha tradicionalista y de la izquierda republicana reprocharon al Gobierno su política sobre la libertad de cultos, los primeros por oposición a la misma y los segundos porque pensaban que debía haberse declarado expresamente antes de la reunión de las Cortes. 

Ramón Vinader, miembro fundador de la Asociación de Católicos y componente de su Junta Superior, en nombre de los tradicionalistas, criticó duramente los decretos eclesiásticos del Gobierno provisional, especialmente los que suprimían la Compañía de Jesús, las Conferencias de San Vicente y las casas de religiosos. No entendía que el Gobierno hubiera sancionado la libertad de asociación y anunciase la libertad religiosa mientras negaba ambas a los religiosos. 

Estanislao Figueras, (republicano y católico practicante) intervino para explicar el concepto de los republicanos sobre la libertad de cultos. Sabía que la mayoría de los diputados deseaba que se legalizara esta libertad, pero él no creía que la solución fuera imponerla manteniendo el culto católico como privilegiado o dando continuidad a un sistema concordatario con la Iglesia católica, sino proclamando la separación de la Iglesia y el Estado. Francisco Pi y Margall (republicano y agnóstico) intervino a continuación, sosteniendo que el pueblo no había estado satisfecho con el Gobierno Provisional porque no había decretado la libertad de cultos. Si no se aprobaba esta, la Iglesia católica terminaría por poner limitaciones al pensamiento y a la libertad de expresión, al creerse poseedora de la verdad sobre todos los grandes problemas humanos. Pi y Margall negaba la religiosidad del pueblo español, al añadir: “O mucho me equivoco o este pueblo es el menos religioso y más escéptico de la tierra”[2].
FIGUERAS

PÍ Y MARGALL

Al día siguiente, 24 de febrero, el ministro de de Gracia y Justicia y Fomento, Antonio Romero Ortíz, contestó a Vinader, extendiéndose en la que el mismo llamó “la reducción de los conventos de monjas”, frase que muestra cómo el decreto de supresión de órdenes religiosas de 18 de octubre, a pesar de su carácter general, estaba pensado sobre todo para ellas. El ministro reconocía que este asunto había “sublevado a una gran parte de señoras españolas”, pero no aceptaba que el decreto se limitase a perseguir a las monjas,  imponiéndoles sacrificios y vejaciones innecesarios: Todo lo que había pretendido con el decreto, según su opinión, era “trasladarlas de casas mal acondicionadas a otras mejores”.
ROMERO ORTIZ
RUIZ ZORRILLA

A continuación, intervino Manuel Ruiz Zorrilla, ministro de Fomento, para defender el decreto sobre incautación de archivos, bibliotecas y obras de arte, diciendo echar de menos algún comentario de Vinader sobre el asesinato del gobernador de Burgos, que se produjo el 25 de enero de 1869 en el momento en que trataba de entrar en la catedral para cumplimentar lo ordenado en el decreto sobre incautación de archivos eclesiásticos[3]. Ruiz Zorrilla denunció que la víspera de publicarse en la Gaceta de Madrid la instrucción y circular dirigidas a los gobernadores civiles para que ejecutasen el decreto, estas disposiciones ya habían sido publicadas en El Pensamiento Español[4], según su opinión, por soborno o engaño a algún dependiente de su Ministerio (Cándido Nocedal, diputado electo tradicionalista, y otros redactores del periódico estaban encarcelados en estos momentos).

El demócrata gaditano Segismundo Moret intervino para retomar el tema de la libertad de cultos. En su opinión, la cuestión religiosa se debía haber resuelto antes de que se formaran las Cortes facilitando así que la libertad de cultos se fuera imponiendo en el pueblo. La intolerancia religiosa era una vergüenza para España y la mantenía alejada de las naciones más avanzadas.
SEGISMUNDO MORET

A continuación, Romero Ortiz replicó a los reproches Pi y Margall sobre no haber decretado la libertad de cultos antes de la formación de las Cortes, aclarando que en la coalición  encabezada por los progresistas se mantenían diversas opiniones sobre los términos en que se tenía que concretar la expresada libertad. Para unos la libertad de cultos consistía en compaginar la continuación de la oficialidad de la Iglesia católica con la tolerancia hacia las demás religiones; para otros indicaba el mantenimiento de un Estado católico que subvencionase a todas las religiones que tuvieran representación en el territorio nacional. Otros, siempre según expresaba Romero Ortíz en su intervención, traducían la libertad de cultos al aspecto económico y la resumían en la traslación al Municipio y a la Provincia de las obligaciones económicas con la Iglesia que hasta el momento pesaban sobre el Estado. Estaba también, y Romero Ortiz la citó, la opinión de los republicanos, para los que la libertad de cultos llevaba consigo la consecución de una independencia total entre la Iglesia y el Estado. Ante la disparidad de opiniones y la proximidad de apertura de las Cortes, el ministro creyó que lo más oportuno había sido dejar a estas decidir qué libertad de cultos querían aprobar[5].

El 2 de marzo se aprobó una proposición de la mayoría progresista pidiendo que se designase una comisión de quince personas para que presentase el proyecto de Constitución. Fueron elegidos unionistas, progresistas y demócratas de la coalición monárquica (Ríos Rosas, Silvela, Ulloa, Posada Herrera, Cristóbal Valera, Montero Ríos, Olózaga, Aguirre, Mata, Vega Armijo, Martos, Moret, Becerra, Godínez de Paz y Romero Girón), quedando completamente excluidos los republicanos y tradicionalistas, lo cual hacía indudable que la libertad de cultos que se iba a consagrar se ajustaría a los designios de la coalición de centro. 

Al haber sido excluidos los republicanos de la comisión, el 9 de marzo trataron de conseguir una aceptación implícita de dicha libertad mediante la presentación de un proyecto de ley que pretendía la aprobación del matrimonio civil. La  propuesta decía: “Establecida ya de hecho la libertad de cultos en España, pedimos a las Cortes Constituyentes que, para hacer efectivo uno de los principales beneficios, se sirvan decretar con urgencia el establecimiento del matrimonio civil”. Los republicanos no tenían seguro que la comisión aprobase la libertad de cultos, pues el diputado Río, uno de los firmantes de la propuesta, precisó que la petición se basaba en la necesidad de reconocer dicha libertad, que él mismo defendía, si bien aceptaba que se dejasen “intactas las relaciones de la Iglesia y el Estado”. Los republicanos daban por el momento por perdida su meta de lograr la separación de la Iglesia y el Estado y se conformaban con forzar un reconocimiento del principio de la libertad de cultos. Romero Ortiz sabía que la pretensión de los republicanos era conseguir dicho reconocimiento antes de que la Comisión Constitucional lo dictaminase. Había reconocido anteriormente que la libertad religiosa era un hecho, pero ahora decía que faltaba la sanción de la Cámara. La proposición de ley fue retirada cuando el ministro expresó su intención de incluir el matrimonio civil en el próximo código civil[6].

Como he dicho al principio, las peticiones dirigidas a las Cortes Constituyentes desde su formación hasta la presentación del proyecto de Constitución pidiendo la unidad católica fueron muy escasas. Esto se debió principalmente a que la Asociación de Católicos había estado organizando una petición colectiva a las Cortes para que se mantuviese la unidad católica, que no se entregó hasta después de leerse el proyecto en la Cámara. La Junta Superior de la asociación había formalizado el 25 de diciembre de 1868 una convocatoria para que los católicos apoyasen la petición con su firma. Se esperaba que, una vez constituidas, las Cortes se inclinarían “ante la conciencia del país (...) al ver resuelta por esta especie de sufragio la cuestión religiosa”[7]

El 5 de abril de 1869 se procedió a una entrega inicial de peticiones que contenía, según la asociación, dos millones ochocientas treinta y siete mil ciento cuarenta y cuatro firmas, procedentes de ocho mil cuatro lugares. Teniendo en cuenta que el plazo transcurrido desde el inicio de la recogida de firmas era de poco más de tres meses, la cantidad resulta muy elevada. La Junta Superior de la Asociación de Católicos, para evitar falsificaciones, había advertido que no recibiría peticiones firmadas que no estuviesen autorizadas por una o dos personas conocidas de alguno de los miembros de la asociación o de los redactores de alguno de los periódicos católicos que apoyaban la iniciativa, o que llevase el sello de la parroquia correspondiente. Pero esto no asegura que no se hubiera cometido algún fraude, y más teniendo en cuenta que, dado el elevado número de analfabetos que había en España, la firma de estos podía ser realizada por otra persona, sin que existieran garantías de que el titular lo hubiese autorizado. Además, podían firmar todos los que lo desearan, sin limitación de edad[8].

El 14 de abril se remitió a las Cortes una segunda remesa de firmas, trescientas cincuenta y nueve mil cuatrocientas ochenta y nueve, de otras mil veintiocho localidades[9]. Las Cortes Constituyentes pasaron a la Comisión Constitucional estas firmas adicionales en sesión del 26 de abril[10]. Algo más tarde, la Asociación de Católicos publicó un resumen total de las firmas conseguidas, reflejando la cantidad de tres millones cuatrocientas cuarenta y ocho mil trescientas noventa y seis firmas procedentes de diez mil ciento diez localidades[11].

La distribución por provincias de las firmas pidiendo que la religión católica continuara siendo perpetuamente la de la nación española dibuja un mapa en el que se aprecian zonas de predominio católico conservador y otras cuya escasez de firmas indica mayor adhesión a la revolución o al menos más indiferencia religiosa. Los resultados de estas últimas coinciden con las ciudades donde se dieron las Juntas revolucionarias más decididas respecto a la proclamación de libertades y toma de medidas inmediatas contra conventos. Jesús Jerónimo Rodríguez González ha calculado por provincias las firmas de adhesión a la unidad católica. El mapa que resulta de aplicar los porcentajes de población a los datos de la Asociación de Católicos, dando por cierto que no hubiera fraudes en la recogida de firmas, muestra una adhesión confesional elevada en las provincias vascongadas (Álava, 58,84; Guipúzcoa, 53,05; Vizcaya, 39,56), Navarra (58,84); Teruel, (54,35); así como también en buena parte de  Castilla la Vieja y León (Palencia, 51,74; Soria, 49,13; Burgos, 45,63; León 44,09, Salamanca, 39,73, Zamora, 37,94, Segovia, 35,00, Valladolid, 33,24).

Por el contrario, Madrid (9,38) Andalucía (Málaga, 7,46; Cádiz, 13,09; Jaén, 16,06; Sevilla, 16,88;  Córdoba, 17,15) y el Levante español (Castellón, 15,94; Murcia, 16,10; Albacete, 17,17; Valencia, 27,23; Barcelona, 27,9) se mostró como la zona más reacia a firmar el manifiesto y por ende más partidaria de la libertad de cultos o más indiferente hacia la religión. Si se tienen en cuenta, no las provincias, sino sus capitales, los porcentajes de adhesión al manifiesto de la Asociación de Católicos son casi siempre menores. (Madrid, 7,25; Málaga, 3,93; Cádiz, 10,05;  Sevilla, 15,99; Córdoba, 5,77; Castellón, 2,79; Murcia, 11,41; Albacete, 3,91; Valencia, 15,95; Barcelona, 15,52 [12].

El mismo día 26 de abril, tras recibirse la segunda remesa de firmas de la Asociación de Católicos, comenzó el debate sobre los artículos veinte y veintiuno del proyecto de Constitución. Las intervenciones centradas en la defensa u oposición a la libertad de cultos se prolongaron hasta el 5 de mayo[13]. El obispo de Jaén, Antolín Monescillo, y el canónigo Manterola, ambos diputados, intervinieron para consignar la necesidad de respetar a la Iglesia y mantener la unidad católica. El republicano García Ruiz recordó que en España había dieciséis millones de personas, cantidad muy superior a la de las firmas que pedían el mantenimiento de la unidad católica. Respecto al sostenimiento económico de la Iglesia, creía que solo debía aprobarse si el país lo deseaba. El ministro Montero Ríos le contestó que los dieciséis millones de españoles eran católicos y que todos, por tanto, deseaban el sostenimiento del culto. El canónigo Manterola pidió más tarde que el artículo veinte consignara que la religión española, como única verdadera, continuaba siendo la única del Estado[14]. El 27 de abril continuó su defensa de la reforma del artículo diciendo: “Yo, en Inglaterra, ¡quien lo duda!, sería partidario acérrimo de la libertad de cultos; pero en España soy acérrimo partidario de la unidad religiosa (...). Mis principios son estos: La religión católica es la verdad; solo la verdad tiene derecho al goce de sus fueros y no puede renunciar a ninguno de ellos”. Montero Ríos contestó a Manterola que con sus palabras no estaba defendiendo los derechos de la Iglesia católica, sino una situación política privilegiada para el clero[15].
ANTOLÍN MONESCILLO

VICENTE MANTEROLA

Los demócratas de la comisión encargada de estudiar el proyecto constitucional habían logrado convencer a los progresistas más tibios de la importancia de la libertad de cultos como parte de los derechos del hombre. Los progresistas aludían en sus discursos, más que a los derechos individuales, a la necesidad de adaptarse a la realidad circundante, ya que  varios países de Europa habían proclamado la libertad de cultos. La característica de las épocas anteriores había sido la intolerancia, pero las naciones ya no podían vivir, como antes, encerradas en sus propios hábitos y creencias. También la Iglesia tenía que adaptarse a los nuevos tiempos y carecía de sentido ir en contra de la corriente general. La presencia de extranjeros en España había sido una cuestión no solventada en lo referente a la religión. Estos tenían derecho a manifestar públicamente sus creencias y a ser enterrados digna y públicamente. Y el hecho de que los españoles tuvieran reconocidos estos derechos en otros países no católicos exigía una justa reciprocidad[16].

El 5 de mayo se aprobaba el artículo veintiuno de la Constitución, mediante el cual se imponía el proyecto secularizador de progresistas, demócratas y unionistas avanzados al de la izquierda republicana, quedando igualmente vencido el inmovilismo del clero y los tradicionalistas y el conservadurismo de la derecha (canovista) de la Unión Liberal. Su texto definía una nueva relación con la Iglesia católica basada en el respeto a la libre profesión de cualquier religión, pero manteniendo el compromiso de sostener económicamente tan solo a la católica. Esta cuestión formaba parte de la política liberal desamortizadora, pues los liberales se sentían obligados a compensar a la Iglesia por la pérdida de sus bienes. Al quedar sometida económicamente a los presupuestos del Estado, la Iglesia perdía gran parte de su autonomía.  La libertad de cultos quedaba delimitada y matizada en el artículo: 

La Nación se obliga a mantener el culto y los ministros de la religión católica.

El ejercicio público o privado de cualquier otro culto queda garantido a todos los extranjeros residentes en España, sin más limitaciones que las reglas universales de la moral y del derecho.

Si algunos españoles profesaren otra religión que la católica, es aplicable a los mismos todo lo dispuesto en el párrafo anterior.

Como se puede observar, se privilegiaba la religión católica. Por otra parte, la libertad religiosa se justificaba expresamente como dirigida a los extranjeros residentes en el país; pero se consideraba prácticamente innecesaria para los españoles, no por negárseles el derecho, sino por dudar (en teoría)  de que hubiese algún español que profesara "otra religión que la católica". Era una formula que trataba de contemporizar con los defensores de la unidad católica, cosa que no se consiguió.

La ratificación constitucional de las libertades de expresión y enseñanza contribuyó a anular gran parte de la influencia de la Iglesia católica en España. Pero la libertad de cultos sancionada por la Constitución tocaba un aspecto aún más importante para la Iglesia católica y sus partidarios más conservadores, pues el catolicismo dejaba de ser la religión exclusiva de España. El Estado no se declaraba aconfesional y se comprometía a sostener económicamente a la Iglesia, pero esta se veía despojada de la situación de monopolio que había mantenido hasta el momento. De esta forma, la aprobación de la libertad de cultos iba a producir un recrudecimiento en la oposición de la Iglesia católica al régimen revolucionario. La negativa de los prelados a jurar la Constitución y el desarrollo legislativo de la misma iban a contribuir en gran manera a intensificar el conflicto entre secularizadores y clericales.






[1] RODRÍGUEZ y MORALES, J., Crónica de las Cortes Constituyentes y los acontecimientos políticos de España durante el período legislativo, tomo I, Madrid,  Imprenta de Manuel Galiano, 1869.
[2]  La sesión de Cortes Constituyentes del 23 de febrero de 1869 en RODRÍGUEZ y MORALES, J., op. cit., pp. 128-164.
[3]  El gobernador, Gutiérrez de Castro, fue apaleado, quemado y mutilado, produciéndose la detención de más de cien personas. OLIVAR BERTRAND, R., Así cayó Isabel II, Madrid, Sarpe, 1986 (Hay una edición de Destino de 1955),  pp. 192-3.
[4]  Núm. 2766, 25 de enero de 1869.
[5]  La sesión del 24 de febrero, en RODRÍGUEZ y MORALES, J., op. cit., pp. 164-235.
[6]  La Sesión de 2 de marzo, Ibídem, pp. 317-322.
[7]  El Comercio, número 8.996, 1 de enero de 1869.
[8]  Ibídem, número 9099, 14 de abril de 1869.
[9]  RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, JESÚS JERÓNIMO, “La sociedad española ante la libertad religiosa 1869. Valoración cuantitativa”, en Hispania Sacra, 39: 79 (1987), op. cit., pp. 256-7.
[10]  Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes, tomo III, Madrid, Imprenta de J. A. García, 1870, p. 1358.
[11]  Cfr. S. A., Asociación de Católicos de España. Petición dirigida a las Cortes Constituyentes a favor de la unidad católica de España, Imprenta de la Esperanza, Madrid, 1869. 
RODRÍGUEZ GONZÁLEZ J. J., en op. cit., p. 257, cita esta cifra final; pero otros historiadores sólo reflejan el envío del 6 de abril. 
SANZ de DIEGO, R. Mª., en Medio siglo de relaciones Iglesia-Estado: El cardenal Antolín Monescillo y Viso (1811-1897),  Madrid, Universidad Pontificia de Comillas, 1979, pp. 353-5, habla de “tres millones de firmas”. 
CÁRCEL ORTÍ, V., en Historia de la Iglesia en la España Contemporánea (Siglos XIX y XX), Madrid, Palabra, 2002, p. 410 cita como participantes un total de 8.604 pueblos y “casi tres millones de firmas”. (claramente la remesa del 6 de abril).
CALLAHAN, W. J., en Iglesia, poder y sociedad en España, 1750-1874, Madrid, Nerea, 1984, p. 235, cita también la cantidad de firmas enviadas el 6 de abril: 2 827 144 firmas. En cualquier caso la cifra es tan importante como nulos fueron sus efectos sobre el debate parlamentario.
[12]  RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, J. J., op. cit., pp. 260-268 y  pp.279-294.
[13] Un resumen de las intervenciones presentando enmiendas, en PEÑA GONZÁLEZ, J., Cultura política y Constitución de 1869. Las funciones de la Constitución, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2002, pp. 189-202.
[14]  Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes, tomo III, Madrid, Imprenta de J. A. García, 1870, pp. 1369, 1370 y 1379.
[15]  Ibídem, pp. 1396 y 1400.
[16]  Sobre los argumentos empleados por los diputados a favor o en contra de la libertad de cultos, Cfr.  PETSCHEN, S., Iglesia-Estado: un cambio político. Las Constituyentes de 1869, Madrid, Taurus, 1975, pp. 255-307.

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jueves, 5 de noviembre de 2020

José Mª León y sus "recuerdos gaditanos"

JOSÉ MARÍA LEÓN Y DOMÍNGUEZ

José María León y Domínguez nació en Cádiz el 28 de julio de 1838. Estudió en el seminario conciliar gaditano de San Bartolomé, situado en la planta alta del edificio que había sido convento de los jesuitas de Cádiz hasta su expulsión en 1767. 

Este inmueble pasó a ser de propiedad municipal después de la desamortización, estando dedicado a escuelas públicas; pero la última planta estaba cedida por entonces provisionalmente al obispado para ubicar el seminario. Posteriormente fue catedrático del mismo seminario, dando clases de Humanidades, Filosofía, Teología, Literatura, Retórica y Poética.


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EDIFICIO DONDE SE ENCUENTRA EL SEMINARIO, CON LA IGLESIA DE SANTIAGO
A LA IZQUIERDA, PARTE DE LA FACHADA DE LA CATEDRAL

Su obra Recuerdos Gaditanos, (Cádiz, Tipografía de Cabello y Lozón, 1897)  resulta de gran importancia porque relata acontecimientos de Cádiz que él mismo vivió en primera persona. 

Sus relatos sobre hechos protagonizados por los obispos gaditanos de la segunda mitad del siglo XIX, y entre ellos los dedicados a fray Félix María de Arriete y Llano, el obispo que ocupó la silla durante el Sexenio Democrático (1868-1874), resultan de gran importancia porque, con todo lo que tienen de apologéticos y laudatorios, con la intención de ensalzar a los católicos (seglares y eclesiásticos) que se habían distinguido en su oposición a los intentos secularizadores en Cádiz, muestran aspectos personales y datos biográficos que no aparecen en documentos oficiales. 

El padre León encabezó, junto con el presbítero Francisco de Asís Medina, una expedición de gaditanos que participaron en una peregrinación española a Roma en octubre de 1876. 

El obispo fray Félix se excusó en su habitual mala salud para no viajar al frente de la expedición, administrando la comunión a los peregrinos antes de su salida. Los peregrinos  visitaron previamente la Basílica del Pilar, Lourdes, Padua, Asís y Loreto. 

Una vez en Roma, el papa Pío IX recibió de los gaditanos, como presente, un crucifijo de marfil (que se encuentra representado en la imagen del padre León que inicia esta intervención) y un libro con poesías de varios autores católicos. 

Entre estos autores  estaban el gaditano Adolfo de Castro, del que he hablado al  tratar sobre el derribo del convento de los Descalzos; el jerezano Sebastián Herrero y Espinosa de los Monteros, que había sido arcipreste de Cádiz hasta 1875 (y a partir de ese año obispo de Cuenca, Vitoria, Oviedo, Córdoba y por último, entre 1898 y 1903, arzobispo de Valencia y cardenal),  y el mismo José María León y Domínguez. 


Al año siguiente de dimitir fray Félix, en 1880, el nuevo obispo de Cádiz, Jaume Catalá i Albosa, nombró al padre León beneficiado de la catedral gaditana. 


EL OBISPO CATALÁ, SUCESOR DE FRAY FÉLIX 

En 1887, un nuevo obispo, el gaditano Vicente Calvo Valero (compañero de Francisco de Lara -El "Padre Cayetano"-, Fernando Hüe y Sebastián Herrero en el Cabildo Catedral de Cádiz) lo designó canónigo de la catedral gaditana.

EL OBISPO VICENTE CALVO


León fue miembro de la Academia de Buenas Letras de Sevilla y de la Real Acadenia Española de la Lengua. Falleció el 11 de abril de 1906.

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miércoles, 28 de octubre de 2020

¿Quién era el "Padre Cayetano"?

La sanción constitucional de la libertad de cultos de 1869 anunciaba en España un cambio importante a favor de los protestantes, pues por primera vez podían practicar su culto públicamente dentro de la legalidad. 

Los metodistas afirmaban ese mismo año que habían efectuado una amplia difusión de la palabra de Dios por España y que no había prácticamente un puerto o ciudad importante que no hubiera sido visitado. Madrid, Barcelona, Málaga, Sevilla y Cádiz se habían convertido en “grandes centros”, desde los cuales las zonas inmediatas habían “sido trabajadas cuidadosamente”. 

Sevilla era “el cuartel general de la misión” en el sur de España, y Cádiz, junto con El Puerto de Santa María y Jerez, habían sido visitados. Los metodistas pensaban que la reciente apertura revolucionaria aconsejaba no abandonar. Un agente conocedor de España y su lengua estaba iniciando trabajos para volver.

El 14 de mayo de 1869, el Sínodo de la Iglesia Unida Presbiteriana recomendó al Comité para las Misiones, “tomar ventaja de las favorables ventajas abiertas ahora para extender el Evangelio en España”. La visita al país del reverendo H. M. MacGill llevó a seleccionar Cádiz como “centro de operaciones”. 

Los evangelistas escoceses o presbiterianos enviaron en 1870 a un representante a Cádiz, bien provisto con Evangelios, y la ciudad conoció su primera misión presbiteriana, que abrió el 1 de mayo de 1870 una capilla y dos escuelas de niños. Su sede se encontraba en la calle Bilbao número 19 (muy cerca del convento de monjas agustinas de La Candelaria), contando con dos pastores: Abraham Ben Ollier, un judío converso procedente de Gibraltar que había sido vendedor de babuchas en Orán, y el joven  Manuel Canencia, procurador de profesión, que solía asistir a las reuniones del Casino Republicano, donde se reunían los republicanos más templados de la ciudad. 


ABRAHAM BEN OLLIER

Los recién llegados pertenecían a la Iglesia Reformada Española, surgida tras una asamblea general de distintas congregaciones existentes en España, reunida en 1869 en Sevilla. (En 1872 adoptarían el nombre de Iglesia Cristiana Española, pasando posteriormente a su denominación actual: Iglesia Evangélica Española). La casa de la calle Bilbao era demasiado pequeña y en 1870 estaban buscando otra de mayor capacidad. The Sunday School Teacher. A magazine of essays, lessons, ilustrative material, educational notes, and inteligence, vol. IV, London, Sunday School Union, 1871, en su página 217, pedía urgentemente ayuda a los cristianos de Londres para aportar fondos para encontrar una casa adecuada para los evangélicos gaditanos

Al parecer, y como sucedió en otras partes del país, los neófitos protestantes surgidos en Cádiz tras la revolución pertenecían a las clases sociales más bajas de la localidad. No obstante, esta consideración pudiera haber sido exagerada por la propaganda católica. En esa dirección parece ir un informe del obispo de Cádiz fray Félix María de Arriete, de 1875, en el que expresa que los seguidores de la misión presbiteriana eran “poquísimos y de la clase más ínfima”, no habiendo en las escuelas más que doce niños y veinte niñas".

La misión debió tener más éxito del supuesto por la autoridad eclesiástica católica local, pues mereció la atención del "Padre Cayetano", pseudónimo del canónigo de la catedral Francisco de Lara y Arjona, que distribuyó entre el público de Cádiz varios folletos, en los que rebatía las doctrinas evangélicas, ridiculizaba a sus pastores y seguidores y restaba importancia a su labor en Cádiz. Lara había sido canónigo en la colegiata de Jerez hasta que en junio de 1869 ocupó la vacante de José Joaquín de Palma en el Cabildo de la Catedral de Cádiz, por promoción de este a deán del mismo. 

La actividad del Padre Cayetano surgió a raíz del conflicto local por el uso del cementerio municipal. Los protestantes querían ser enterrados en el mismo y la respuesta del Ayuntamiento de Juan Valverde fue cerrar el cementerio "de los ingleses" y no ceder en las peticiones de los protestantes, basándose en que el cementerio municipal estaba consagrado como católico y por tanto solo podía ser usado por los católicos. La pretensión de los protestantes contó con el apoyo de los republicanos de Cádiz y de algún juez, provocando el aumento de las críticas del clero gaditano contra los protestantes. 

En ese contexto, el canónigo Francisco de Lara comenzó a escribir sus folletos virulentos contra los presbiterianos de la calle Bilbao, usando seudónimo para no ser identificado como un clerigo contrario a la Constitución y a la libertad de cultos. Pienso que debió elegir el seudónimo en memoria del cardenal Tomás Cayetano, general de los dominicos, que se distinguió por sus esfuerzos para frenar a los luteranos y se entrevistó con Lutero. 

El Padre Cayetano, es decir, el canónigo Francisco de Lara,  no destaca como un clérigo especialmente reaccionario. Es más, el hecho de haber sido designado por el Gobierno provisional como canónigo de Cádiz, muestra que era una persona del agrado de los revolucionarios. Debía tener contactos entre los progresistas o al menos no rehusaba entrar en negociaciones en caso necesario con ellos. Como ejemplo, en noviembre de 1870 fue designado para reemplazar a Vicente Calvo en la misión de negociar en Madrid acerca del cargo contra el Cabildo Catedral por incumplimiento del decreto de incautación de obras pías y patronatos. Tampoco tuvo ningún inconveniente en enero de 1871 en conferenciar con el Ayuntamiento gaditano (constituido fundamentalmente en aquellos momentos por progresistas y unionistas) para decidir sobre el modo de organizar un funeral en la catedral por el alma del general  Prim, uno de los pilares de la revolución de septiembre de 1868 y conocido masón. 
  
Sus folletos contra los protestantes de Cádiz eran duros e inflexibles en el aspecto dogmático y en el terreno de las creencias, pero se mostraban totalmente respetuosos con las libertades individuales y cualquier opción política, incluyendo las revolucionarias. Por ejemplo, en la tercera carta de su Epistolario, titulada “Están juzgados” y fechada el 8 de julio de 1871 el Padre Cayetano dice a los fieles católicos de Cádiz: “Sed monárquicos, sed republicanos, abrazaros a la bandera que más os plazca, de cualquier modo estaréis limpios, porque habréis sido libres para elegir y  decidiros; pero si cambiáis vuestras puras y venerandas creencias religiosas por el inmundo y asqueroso plato de lentejas que os ofrecen los protestantes quedaréis manchados, ensuciadas vuestras frentes y empequeñecidos a la  presencia de vuestros hermanos”  (Cursiva en el original). Más adelante, en la misma carta, solo considera inadmisible la libertad de conciencia, porque para él la conciencia “es lo único que Dios no ha hecho libre en el hombre”.



JOSÉ AGUSTÍN ESCUDERO, OTRO PROTESTANTE QUE ACTUÓ EN CÁDIZ POR ESTAS FECHAS Y FUE OBJETO DE LAS AGRIAS CRÍTICAS DEL PADRE CAYETANO

Respecto al número de neófitos disidentes de Cádiz no hay datos seguros. Si se tuviera en cuenta una estimación del Padre Cayetano, dada con evidente intención de ridiculizar la presencia protestante en la ciudad e indicar el bajo nivel social de sus seguidores, se podría aventurar que estos rondarían las trescientas personasLa “estadística” daba “cuarenta gallegos hartos de pita”, que concurrían a la capilla de la calle Bilbao, “para esperar allí a la novia”. "cien artesanos que iban a reírse (...) de los absurdos que dice el pastor y las cocas de la pastora”; “treinta descalzas reales”, es decir las que acudían los días que se repartían “cinco reales por cabeza”; cinco personas de ambos sexos “sin creencias ningunas” (sic), que se habían pasado al protestantismo, “por lo que cae” (o sea, por lo que pudieran obtener de su aparente conversión); “cuatro porteros y ayos que venden su alma al diablo por cobrar un sueldo”;  (...) “diez polizontes” que asistían asiduamente; y “cien protestantes extranjeros”  que  vivían en Cádiz. Estas cifras, tendentes a ridiculizar a los protestantes y a minimizar su impacto en la ciudad, daban la cantidad de doscientas ochenta y nueve asistentes a los actos religiosos de la capilla de la calle Bilbao, con lo que se puede deducir que su número podría  ser mayor. 

REFERENCIAS:
  • Cartas del Padre Cayetano al Protestante Escudero, Cádiz, Imprenta de la revista Médica, 1872.
  • Christian work, or The news of the churches, News series, Vol. V, London, Partridge and Co., 1870, pp. 19, 131 y 169.
  • Epistolario del P. Cayetano o colección de sus once cartas a los protestantes de la Iglesia evangélica establecida en esta ciudad de Cádiz, Cádiz, Imprenta Ibérica, 1871.
  • María vindicada de los insultos de los protestantes: opúsculo por el P. Cayetano en el que se refutan las blasfemias de los cuadernos tratados evangélicos nº 4, y la Virgen María y los protestantes, publicados en Madrid en 1870, Cádiz, Imprenta y litografía de la Revista Médica, de Federico Joly y Velasco, 1871.
  • PUELLES y CENTENO, J. M. de,  Recuerdos de mi juventud, Cádiz, Imprenta de M. Álvarez, 1907.
  • The Wesleyan-Methodist Magazine for 1869, Fifth series, Vol. XV, London, Wesleyan Conference Office, 1869, pp. 469, 470 y 556. 
  • The Sunday School Teacher. A magazine of essays, lessons, ilustrative material, educational notes, and inteligence, vol. IV, London, Sunday School Union, 1871.
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sábado, 3 de octubre de 2020

Derribo de Los Descalzos de Cádiz


El primer convento gaditano de los franciscanos descalzos o alcantarinos fue erigido en 1608. Los religiosos de la orden se trasladaron en 1628 a la plaza de la Cruz Verde (conocida más tarde como plaza de los Descalzos), en terrenos adquiridos con las limosnas de los fieles. 


EN PRIMER PLANO, EL CONVENTO DE LOS DESCALZOS EN 1868, POCO ANTES DE SU DERRIBO

Ya he expresado en otra ocasión cómo la adhesión de buena parte del clero regular a la causa carlista a la muerte de Fernando VII pesó como una losa sobre la opinión de los liberales hacia todos los monjes. En 1820, estando a punto de consolidarse el levantamiento liberal de Rafael de Riego, las autoridades de Cádiz decidieron proclamar solemnemente la constitución de 1812. El día 10, que era el previsto para el acto, las tropas de guarnición en la ciudad, alentadas por algunos mandos militares, perpetraron una matanza indiscriminada de ciudadanos. 


ESCENAS DE LA MATANZA DEL 10 DE MARZO DE 1820 EN CÁDIZ.
LA DE ARRIBA EN LA PLAZA DE SAN JUAN DE DIOS Y LA DE ABAJO EN LA PLAZA DE SAN ANTONIO

Según relata Adolfo de Castro y Rossi en su Historia de la Ciudad y provincia de Cádiz, los franciscanos descalzos, en vez de esconder en el interior del convento a los que huían de los soldados, los echaban a la calle y los ponían en manos de los asesinos,  no permitiendo la entrada ni aun a los ancianos. Castro confirma en su Historia que “proceder tan inhumano no halló imitadores en otros conventos”. 

El erudito gaditano Adolfo de Castro (que sería secretario municipal, alcalde de la ciudad y gobernador de la provincia) era un liberal nada sospechoso de radical. No parece, o al menos no me consta, que tuviese una especial animadversión hacia los religiosos en general, ni un especial motivo para distinguir a los franciscanos descalzos de los demás. No se puede descartar que hubiese faltado a la verdad al relatar la actuación de los franciscanos descalzos. (Entre sus habilidades literarias, por ejemplo, se cuenta la de componer pastiches y atribuirlos a Cervantes). Pero, en cualquier caso, su relato pudo influir en el ánimo de muchos liberales de Cádiz o les sirvió de apoyo en su deseo de derribar el convento de Los Descalzos.    


ADOLFO DE CASTRO Y ROSSI

En 1822 se subastaron algunas fincas pertenecientes a la Orden Tercera de los Franciscanos Descalzos, pero el convento continuó abierto. El 18 de agosto de 1835 los miembros varones del clero regular fueron expulsados de todos los conventos de Cádiz, pasando estos a ser propiedad del Estado. En aquellos momentos el convento, llamado popularmente “Los Descalzos”, tenía trece frailes. 

En 1837 se comenzó la construcción de un mercado de abastos, el Mercado de la Libertad (situado en el mismo lugar que el actual), aprovechando el extenso huerto del convento. El mercado estaba finalizado en 1838, pero el convento continuaba abandonado y sin uso alguno. 



EL MERCADO DE LA LIBERTAD

El primer intento de derruirlo se produjo en marzo de 1838, cuando el Ayuntamiento gaditano solicitó al Estado la cesión e indicó su intención de derribarlo, basándose en el peligro que corrían los transeúntes a causa de su mal estado de conservación. Además, había otra razón, repetida en múltiples ocasiones cuando se derribaban conventos: la corporación municipal pensaba extraer beneficios de la venta de los materiales de desecho. La corporación municipal pretendía construir casas en el terreno resultante. Pero el Gobierno no accedió a entregar el convento, probablemente porque el Ayuntamiento gaditano no solo pretendía derruir el convento sino también su templo, que se mantenía abierto al culto.

El 3 de octubre de 1840, durante la revolución que dio lugar a la caída de doña María Cristina como regente, se formó en Cádiz una Junta Provincial y se produjo un segundo intento de derribar  el convento cuando varios gaditanos solicitaron al Municipio que hiciera las gestiones pertinentes para lograr que la Junta aprobase la cesión. El Gobierno, decían, no había tomado ninguna determinación sobre el asunto después de dos años y era cada vez más inminente que el estado del edificio hacía necesario su derribo. La revolución propiciaba un buen momento para que el alcalde solicitase inmediatamente a la Junta Provincial de Gobierno la propiedad del convento, para proceder a su derribo con la misma premura. El Ayuntamiento designó una comisión para que estudiase la propuesta y el 14 de octubre se disponía de su dictamen, que se mostraba favorable a que se procediese a solicitar la propiedad y, una vez obtenida, se practicase el derribo, que proporcionaría beneficios al Municipio por la venta de los materiales resultantes y daría ocupación a “una inmensidad de pobres jornaleros”. Tampoco en esta ocasión se logró la cesión del inmueble y el ansiado derribo quedó como una aspiración insatisfecha de los liberales de Cádiz.

El estado ruinoso de los edificios que habían albergado a los regulares era una buena razón para derribarlos: al tratarse de una cuestión que podía afectar a la seguridad de los viandantes, el Ayuntamiento correspondiente tenía potestad sobre el asunto. Pascual Madoz, en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, tomo V, corrobora la versión de los liberales gaditanos, diciendo respecto a Los Descalzos:  “El convento está ruinoso y va a demolerse”. 

Yo pienso que este argumento, aunque tuviese algo de verdad, pudo ser más una excusa que una causa verdadera del derribo del convento. Cuando en 1868, tras el alzamiento del 18 de septiembre que llevó al exilio a Isabel II, se decidió por la Junta Local de Cádiz la demolición inmediata de Los Descalzos, estaban instalados dentro del edificio una escuela municipal de párvulos, la de San Servando, y una institución para albergar ancianos, el asilo del Buen Pastor, subvencionado con fondos municipales. No es creíble que en 1838 el mal estado del edificio pusiera en peligro a los transeúntes en 1838 y no a los niños y ancianos que hacían uso del mismo en 1868. 

Otra cuestión es que, cuando el convento y su iglesia fueron derribados, los sucesivos Ayuntamientos no supieron qué hacer con el solar. Cierto es que un beneficio inmediato fue el servir de alivio a los jornaleros de la ciudad, que pasaban por una coyuntura económica muy desfavorable. La Junta Local publicó el 9 de octubre de 1868 un edicto de subasta para la demolición, con un presupuesto de doscientos cinco mil quinientos reales. 


FOTOGRAFÍA DEL SOLAR DE LOS DESCALZOS
(COMPÁRESE CON LA DE 1868)

La Alcaldía provisional posterior al alzamiento, presidida por Francisco de Paula Hidalgo, no puso en las obras de demolición el empuje que deseaban los republicanos. Hay que tener en cuenta las dificultades económicas por las que pasaban las clases trabajadoras, que podían disminuir si se daban suficientes jornales para trabajar en el derribo. Desde antes de la formación del Ayuntamiento provisional ya se observaba en la prensa gaditana, especialmente en la demócrata, una especial sensibilidad en este sentido. El Progreso Democrático se refería el 16 de octubre al creciente malestar entre las clases trabajadoras de Cádiz, motivado por la falta de ocupación y por el elevado precio de los alimentos Decía el periódico:

 “La miseria cunde, el hambre llama a gritos a las puertas de los pobres, y estos, con tan mal consejero, se reúnen, se impacientan y se presentan en son de guerra o poco menos ante las casas de las autoridades, pidiendo a voz en grito trabajo (...). Seamos cuerdos y no queramos, por precipitar los hechos, perderlo todo. Los enemigos de la libertad no duermen, y son bastantes todavía, por desgracia, para promover el descontento; y con su dinero y el dinero que procede tal vez de las arcas del tesoro, hallar instrumentos para tratar de arrebatarnos lo que tantos esfuerzos nos ha costado”. 

El recién designado gobernador civil de Cádiz, Gregorio Alcalá Zamora, comprendió el peligro de un levantamiento popular alentado por los demócratas y se dirigió desde la prensa a los proletarios de Cádiz, afirmando que una de sus principales preocupaciones desde el momento de su llegada había sido la de proporcionar trabajo, motivo por el que decía estar en contacto con la Alcaldía, que se ocupaba sin descanso en solucionar el asunto. Decía el gobernador a los proletarios por medio del periódico El Comercio: “No escuchéis las excitaciones de los que, disfrazados con la máscara de liberales, os inviten a escenas tumultuarias como lo han hecho en otros puntos”. La República Federal contestó a principios de noviembre a las palabras del gobernador recordándole su incumplimiento de las promesas iniciales de conseguir trabajo para los obreros y culpando a intereses políticos y no económicos de la situación de miseria que vivían los obreros de la ciudad. El Consistorio provisional era acusado por los demócratas de no hacer nada efectivo para solventar los problemas de los trabajadores. La Soberanía Nacional, periódico republicano, advirtió al Ayuntamiento que con la actitud indolente hacia el obrero que estaba mostrando estaba ayudando a los planes de los enemigos de la libertad. Estas presiones, que amenazaban explícitamente con la posibilidad de un levantamiento popular, hicieron que el órgano local intensificara la contratación de obreros en Los Descalzos.

Una vez regularizada la situación política, el solar y los beneficios que se pudieran obtener del derribo pasaron a ser de propiedad estatal. El primer alcalde elegido por sufragio universal masculino en Cádiz, el republicano Rafael Guillén Estévez, trató de recuperar una idea que ya había planteado el Ayuntamiento provisional: la de construir un teatro en el solar sin abonar ningún tipo de canon al Estado. El 14 de septiembre de 1869 un empresario solicitó la concesión del terreno para la construcción de un “teatro de primer orden”, de acuerdo con unos planos existentes con anterioridad y en poder municipal. La Comisión de Obras Públicas no vio inconvenientes y acordó publicar durante quince días las condiciones de la propuesta del empresario por si se presentaba algún interesado que las mejorase. El 1 de octubre, pasado el plazo, que había sido fijado en el Boletín Oficial de la Provincia del día 16 de septiembre, no se había presentado ninguna nueva oferta para la obra, con lo que se concedió la edificación al único interesado y se nombró una comisión para redactar un proyecto de escritura. Faltaban pocos días para que se produjera el alzamiento republicano; Rafael Guillén y su Consistorio fueron depuestos y la idea no prosperó.  

El Ayuntamiento provisional de Juan Valverde, formado principalmente por progresistas que pronto formarían parte del partido Constitucional de Sagasta,  paralizó cualquier disposición que tuviera relación con iglesias o conventos. El 26 de octubre de 1869 el acalde presentó un proyecto para erigir un mercado de pescado. Esta necesidad había sido esgrimida por la Junta Local un año antes para decidir el derribo del convento e iglesia de Los Descalzos. Pero Valverde ya no recurría a su solar como lugar idóneo, a pesar de que el mercado general de la ciudad estaba edificado justo al lado, en el lugar que había sido huerto del mismo convento, y propuso como lugar más indicado los muelles de las puertas del Mar y de Sevilla.

El 10 de junio de 1872, el ayuntamiento presidido por el progresista José María del Toro, logró que se formalizase escritura de cesión del solar al Municipio, pero ya no pretendía la erección de un teatro, sino tan solo formar una plaza pública. Pero todavía se producirían algunos cambios.

Un nuevo consistorio, dirigido desde julio de 1872 por Bernardo Manuel de la Calle, jefe del partido Radical en Cádiz, se esforzó en zanjar definitivamente la cuestión del terreno del convento de Los Descalzos. Descartadas desde antes las posibilidades de construir en él un teatro, por lo gravoso del canon que reclamaba el Estado, y concedida la cesión al Ayuntamiento para hacer una plaza pública, ahora, una vez que el solar estaba ya en poder municipal, la intención última cambiaba en parte y se pretendía construir edificios, para lo cual se envió en agosto de 1872 una petición al ministro de Hacienda en la que se reclamaba el nuevo uso, al que se le concedía una importancia notable por considerarse muy conveniente para dar trabajo a las clases obreras más necesitadas. El Ayuntamiento radical acudía a la “visible decadencia de Cádiz”, que había hecho a la corporación estimar como la  más urgente medida a tomar la de facilitar trabajo a los obreros, para presentar un nuevo proyecto, consistente en destinar los terrenos a la construcción de edificios urbanos para dar ocupación al mayor número posible de obreros. De la Calle hacía presente al ministro de Hacienda que el año anterior ya se había decidido la construcción de un “Gran Teatro” en otro sitio de Cádiz y estimaba que con los otros dos que había eran más que suficientes para la ciudad, que no tenía en aquellos momentos capacidad para mantener más establecimientos de ese tipo. Este “Gran Teatro de Cádiz”, construido en madera, quedaría destruido por un incendio en 1881 y luego sería sustituido en el mismo solar por el actual “Gran Teatro Falla”, construido entre 1884 y 1905.

En resumen, del entusiasmo de la Junta Local Revolucionaria por derribar el convento de Los Descalzos con su iglesia, pensando en construir un teatro digno de una gran ciudad, se pasó, tras la convicción de que no había dinero para pagar el canon que pedía el Estado, a lograr la cesión del terreno con la excusa de hacer una plaza pública y , por último, a hacer edificar para dar trabajo a los necesitados obreros de la ciudad y aportar algunos beneficios por contribuciones al Municipio.

Durante un tiempo, una parte del solar sirvió para erigir una plaza ajardinada, el parque de Guerra Jiménez.






AMBAS IMÁGENES SON DEL 
SOLAR DE LOS DESCALZOS SIENDO PARQUE AJARDINADO

En 1886, durante la Restauración, el Ayuntamiento gaditano decidió arreglar la situación de Los Descalzos, “adquiriendo” el solar por el precio de 50.000 pesetas, cantidad que se abonó al obispado, aunque sin formalizar escritura pública.

El 30 de octubre de 1891 se procedió a formalizar la "compra-venta" entre la Diócesis y el Ayuntamiento, por medio de una escritura firmada por el obispo José María Rancés y Villanueva y el primer Teniente de Alcalde Francisco Clotet y Miranda. El solar (parte del cual ocupaba el parque ajardinado aludido) estaba inscrito en el registro de la propiedad a nombre del obispo. Sus límites coinciden, aproximadamente, con el plano que se muestra más abajo.  La superficie era de 4109,47 metros cuadrados. De ese solar se segregaron 169 metros cuadrados para una casa, inscrita en el registro de la propiedad, y 1000 metros se habían cedido al Estado para la construcción de una casa de Correos, que no se inauguraría hasta 1929. (Efectivamente, allí está actualmente).


EDIFICIO DE CORREOS QUE OCUPÓ PARTE DEL SOLAR DE LOS DESCALZOS 

En resumen, he tratado de distinguir "las causas verdaderas" y las "causas aducidas" para el derribo del convento de Los Descalzos. La actuación de los franciscanos descalzos el 10 de marzo de 1810, o la noticia que dio sobre la misma Adolfo de Castro, convirtieron al convento en un símbolo de reaccionarismo clerical que había que derribar. La necesidad de espacio, es decir, las razones urbanísticas, se sitúan  en segundo lugar como causa del derribo. Como se puede apreciar en el plano, la parte del huerto del convento tiene aproximadamente el doble de superficie que la que albergaba el edificio. Serían, pues, unos 12.000 metros cuadrados que "recuperó" la ciudad tras hacer desaparecer el convento, su huerto y su iglesia.  Por último, hay que señalar el deseo de dar trabajo a los jornaleros más necesitados, consiguiendo con ello aliviar su situación y también alejar las posibilidades de alteraciones del orden público. 


 ZONA DE CÁDIZ QUE OCUPABA EL CONVENTO DE LOS FRANCISCANOS DESCALZOS.
EN NEGRO, EL  CONVENTO; EN ROJO, EL HUERTO.

REFERENCIAS
Pascual Madoz, Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, tomo V.
CASTRO y ROSSI, A. de, Historia de la Ciudad y provincia de Cádiz.
Archivo Diocesano de Cádiz, legajo número 174.
Archivo Municipal de Cádiz, Actas capitulares; Caja 5687, carpeta “Convento de los Descalzos”.
Prensa local: El Progreso Democrático, La Soberanía Nacional, El Comercio, La República Federal.