viernes, 16 de noviembre de 2018

jueves, 2 de agosto de 2018

Entrevistas inverosímiles: Quinto Fulvio Novilior, cónsul de Roma

A lo lejos se veían venir algunos bañistas, que, sin duda, trataban de convencerse —con escaso éxito—, de que estaban haciendo un ejercicio muy sano que iba a compensar con creces la multitud de excesos culinarios del verano.

No había nadie a mi alrededor, o eso me pareció; por eso me extrañó sobremanera oír de repente una voz alta y clara a mi derecha, casi pegada a mí. Giré la cabeza y solo vi la luz cegadora que lo envolvía todo. Cerré un poco los ojos y entonces lo distinguí claramente: era un tipo extraño: tan alto como desgarbado; tan huesudo como barrigudo. Tuve la sensación de que su faz desprendía una nobleza que solo se aprecia en ciertas y escasas personas; sin embargo sus mejillas y su nariz, elocuentemente rojas, me mostraban más bien a uno de aquellos beodos del inmortal Velázquez.

—Pues no lo veo…—Esas fueron sus primeras palabras; las que me sobresaltaron.
—¿A qué se refiere? —le dije, mientras me percataba de su indumentaria.
—Al templo de Hércules. Me habían asegurado que estaba ahí.
—No anda descaminado… —le indiqué— Verá: aquí hubo un templo dedicado a Hércules que fue edificado antes por los fenicios en honor a Melkart… Pero de eso hace muchos siglos. Una parte está bajo el mar y la otra debajo del edificio que ve usted ahí, en ese islote, que es una antigua fortaleza militar. 

 
CASTILLO DE SANCTI PETRI,
 SOBRE LAS RUINAS DEL TEMPLO DE HÉRCULES

—¿Cómo que muchos siglos? Hace un par de horas salí de Gades y me dijeron que no tenía pérdida…
—¿De Gades?  —Mi impresión de que estaba hablando con un loco iba cobrando fuerza—. Mira amigo: no sé de qué comparsa, coro o chirigota te habrás escapado, pero quítate ese disfraz y date un baño, que me parece que te hace buena falta.
—¡Voto a todos los dioses! ¿Quién te has creído que eres? ¡Ten cuidado que estás hablando con un censor de Roma!
—Pues tú estás hablando con un gaditano que quiere estar tranquilo y que no le den la vara —El tipo raro miró hacia uno y otro lado, dando muestras de gran irritación e impotencia.
—¿Dónde se habrán metido los hombres de mi escolta? ¡Cuando lleguen te vas a enterar! ¡A la misma Roma te voy a llevar como esclavo! ¿Eres turdetano?
—Jajaja. Al final nos lo vamos a pasar bien. ¡Venga, te voy a seguir la corriente! Pues podría decirse que sí. Vivo cerca de Gades y, aunque mis ancestros no son originarios de la Turdetania, ya me considero de estas tierras. ¿Y tú quién eres? Ya sé: censor de Roma; me refiero a tu nombre.
—Soy Quinto Fulvio Nobilior, miembro de una familia de origen plebeyo que ha conseguido llegar a lo más alto.
—Pero ¿no era ese el cónsul que luchó contra los celtiberos de Segeda y Numancia?
—Claro: ese soy yo. Es que de eso ya han pasado algunos años. Ahora soy censor.
—Así que has venido a hacer una visita al templo de Hércules…
—Bueno…, no exactamente. He venido a Gades a cerrar algunos negocios familiares. Tengo un barco esperando un buen cargamento de garum. Tampoco voy a perder la ocasión de llevarme algunas bailarinas de la ciudad a Roma. Como sabrás, la salsa que hacéis con las vísceras de algunos pescados y las bailarinas de Cádiz son de lo más apreciado en mi ciudad.
—Eso había oído. O, mejor dicho, leído.
—Bueno, dejemos esta conversación. Si no puedes decirme dónde está el templo, esta conversación huelga. No me suelo dedicar a hablar con gente de baja posición y menos con hispanos.
—Pero, Gades, según tengo entendido, es ciudad foederata de Roma y no stipendiaria. Vamos, que no ha sido conquistada y es una ciudad amiga y aliada que no paga impuestos a Roma.
—Sea lo que sea, tú eres un bárbaro hispano y, por tanto, poco de fiar. Desde mi campaña en Celtiberia no me fío de ninguno de vosotros.
—Tendrás que reconocer que fracasaste estrepitosamente y que fue por tu exclusiva responsabilidad.
—La historia me hará justicia. Estuve mal asesorado por mi lugarteniente. Y no hablemos de la ineptitud de mis legados…
—No es lo que dicen Polibio y otros historiadores de tu época.
—Mira, me importa menos que nada lo que opinen esos griegos. Yo hice mi trabajo y aquí me tienes: nada menos que censor. Cuando regresé a Roma quedó demostrado que todo se debió a la maldad y carácter traicionero de los celtíberos. ¿Y cómo es que un salvaje como tú sabes tanto de mis cosas?
—He leído todo lo que se sabe sobre tu campaña en Celtiberia. Ya sabes: lo de Segeda, tus derrotas en el río Valdano y ante las murallas de Numancia… 

BATALLA DEL RÍO VALDANO

—Lo primero fue una emboscada traicionera. Y lo segundo supongo que te refieres a lo de los elefantes. El plan era perfecto; la culpa fue de los númidas.

ELEFANTES EN NUMANCIA

—Siempre te disculpas en los demás. ¿Sabes? He escrito una novela que te pone en tu sitio. Sinceramente: eres un tipo vanidoso, inexperto, creído y pagado de sí mismo; un militar desastroso e inepto que no sab…

En ese momento, el que se decía censor de Roma levantó la mano derecha con el puño cerrado, en ademán de propinarme un fuerte puñetazo. Cerré los ojos y traté de protegerme con los brazos. No ocurrió nada: cuando abrí los ojos no había nadie.

Puedo asegurar que cualquier parecido que pudiera tener este encuentro con la realidad es pura ficción. 

MÁS INFORMACIÓN EN MI LIBRO El presagio de los buitres Mybook.to/Presagio



martes, 3 de julio de 2018

Entrevistas inverosímiles: Caciro

Hace poco que se publicó El presagio de los buitres. Como siempre que termino un libro, todo me parece inacabado e imperfecto. Ese mismo día, cuando me acosté, ya pensaba en que nada más levantarme iba a cambiar la sinopsis y en que debía repasarlo todo una vez más, porque seguro que quedarían algunas erratas indeseables.


Me puse a pensar en Caciro: «¿Habré acertado en la descripción del personaje? No me refiero al físico, sino a su carácter, su forma de pensar y su bagaje intelectual».

En eso estaba cuando, no sé cómo, me vi dentro de una casa de planta rectangular, con paredes de adobe y techo de madera. Casi no se veía nada. Hacía calor; un olor, desagradable, como de ganado mezclado con suciedad, lo inundaba todo.

Caciro, el adivino de Segeda, estaba acostado sobre un jergón repleto de lana de oveja. «Al menos, su físico es tal como lo esperaba: flaco, alto, un poco encorvado, con una nariz recta y una cabellera y barbas descuidadas y extremadamente largas: no creo que este hombre se haya cortado el pelo jamás», pensé. El tiempo parecía estar suspendido sobre la nada: no sabía qué hacía allí. De repente, el anciano se despertó sobresaltado y me miró con fijeza. En la penumbra, sus ojos se notaban claros.

—¿Quién eres? —me preguntó con voz firme.
—Mal empezamos, Caciro... Mejor no te contesto y espero a ver si lo averiguas a lo largo de nuestra charla.
—Me parece bien. Pero tú eres quién ha venido a mí, así que dime qué deseas.
—La verdad es que no lo sé. Desde luego, me gustaría hablar contigo.
—Tú dirás. Tu indumentaria y tu rostro me indican que eres un enviado de los dioses…
—No te entiendo…
—No he visto un rostro más extraño que el tuyo en todos los días de mi vida: sin barba, con el pelo increíblemente corto y con ese objeto chocante, metálico, cogido por las orejas y con dos cristales ante los ojos.
—Gafas.
—¿Qué?
—Se llaman gafas. Sirven para ver mejor.
—Ah. Es cosa de los dioses. Supongo que con eso podrás ver el futuro; o el pasado. ¿A qué has venido?
—Ya te he dicho que no lo sé. Pero, ya que estoy aquí, te diré que me intriga saber si crees que los indicios que te sirven para hacer tus adivinaciones son ciertos o simplemente engañas a tus conciudadanos. Como puedes ver, no me ando con rodeos...
—Mira, amigo, seas de donde seas y vengas de donde vengas, solo te puedo decir que me limito a seguir las técnicas que me enseñó mi abuelo. No puedo saber con seguridad si los indicios son fiables o no, pero sí te puedo asegurar que no trato de engañar a nadie. Por cierto, estoy pensando que esto debe ser un sueño premonitorio.
—Si tú lo dices… Hasta ahora no has acertado ni quién soy. Te voy a decir algo sobre mí: acabo de terminar un libro que cuenta cosas sobre ti, sobre Caro y Liteno y sobre dos cónsules de Roma que vendrán muy pronto contra vosotros.
—Eso significa que va a haber guerra…
—La habrá. Va a haber muchas muertes, pero, en un principio, saldréis del embrollo gracias a Caro.
—¡Vaya!, Se confirman mis presagios: una guerra cruel, como todas, va a caer sobre Segeda; y Caro será quien nos dé la victoria a los belos.
—Bueno, en realidad…

En ese momento me desperté. Tenía la boca seca y me levanté para beber un poco de agua. «Mañana me pongo a repasar el libro».




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miércoles, 13 de junio de 2018

El Círculo Republicano Mariana Pineda

A pesar de los avances democráticos del periodo 1868-1874, la participación de la mujer en las actividades políticas o sociales en igualdad de condiciones con el hombre fue una cuestión que no se llegó siquiera a plantear.

MARGARITA PÉREZ DE CELIS
PRESIDENTA DEL CIRCULO en 1873

No obstante, los republicanos, partiendo de la convicción de que las creencias religiosas de las madres contribuían a perpetuar el clericalismo en el hogar, creyeron necesario aumentar la educación de la mujer  para apartarla de la influencia excesiva de la Iglesia. Fernando Garrido, un conocido republicano nacido en Cartagena pero muy relacionado con Cádiz, siguiendo ese razonamiento, propugnaba la creación de clubes políticos femeninos que se dedicaran a la beneficencia o a la educación de niñas[1].

FERNANDO GARRIDO

Cádiz contó durante el Sexenio Democrático con una asociación exclusivamente femenina, de corte republicano y anticlerical: la Sociedad Republicana Federal de Mariana Pineda[2].

MARIANA PINEDA, MÁRTIR LIBERAL QUE DIO NOMBRE AL CÍRCULO REPUBLICANO FEMENINO DE CÁDIZ

Dicha asociación ya existía como club republicano al menos desde septiembre de 1869[3]. Pero fue el 18 de  diciembre de 1870 cuando se constituyó oficialmente y el gobernador civil lo comunicó a la Alcaldía[4]. Estaba presidida por la costurera y maestra Guillermina Rojas y Orgis[5] y la secretaria era Dolores López, que había organizado previamente, junto a otras gaditanas, una escuela femenina que sirvió de base para la fundación de la asociación. Después del traslado de Rojas a Madrid[6], la presidenta de la asociación fue la cigarrera y periodista Margarita Pérez de Celis[7].

Entre los artículos del reglamento de creación de la asociación, destaca el tercero: “La sociedad tiene por objeto la instrucción de la mujer, el conocimiento de sus derechos y deberes en toda su latitud y el mejoramiento de su clase, a cuyo fin se instruirá dentro de la doctrina democrática federal”. Se pretendía establecer cátedras de instrucción elemental y superior a medida que se lo fueran permitiendo los recursos de la asociación (artículo cinco) y fomentar toda clase de labores, trabajos e industrias que fueran útiles para las componentes de la asociación (artículo seis). Para ser socia sólo se necesitaba ser mayor de 12 años, ser presentada por otra socia y tener una intachable conducta. Tras el escrito de aprobación del Gobierno Civil, el 19 de diciembre de 1870 se comunicó la aprobación a la asociación.
En 1873 el Círculo Mariana Pineda tuvo una actuación destacada con ocasión del anunciado derribo del convento de agustinas calzadas de la Candelaria. El día 28 de marzo, el periódico local moderado y confesional El Comercio hacía alusión a una manifestación de hombres y mujeres contra el convento, realizada simultáneamente a su abandono, para que sirviera de contraste con el dolor de los fieles, pero obviaba la que tuvo lugar antes de la exclaustración de las monjas, el día 27, formada exclusivamente por mujeres del Círculo. A primeras horas de ese día el templo de la Candelaria se había cerrado ante el número de personas que se acercaban por sus inmediaciones. Por la mañana, las mujeres del Círculo Mariana de Pineda, acompañadas por la banda de música del hospicio provincial, desfilaron por la ciudad dando gritos de “Abajo los conventos” y cantando el “Trágala”, la canción que entonaban los liberales en Cádiz para humillar a los absolutistas desde el levantamiento de Riego. Se dirigieron al edificio municipal, donde fueron recibidas por el alcalde, Fermín Salvocheam y varios concejales. Margarita Pérez de Celis, en nombre del círculo, hizo entrega de un escrito a favor de la ejecución del acuerdo municipal, reanudando a continuación su recorrido y pasando por delante del convento dando gritos de “Abajo Candelaria”. El escrito entregado al Ayuntamiento decía:

 A los ciudadanos que componen el Ayuntamiento Popular de esta ciudad. Habiéndose presentado en el día de ayer una manifestación de un centenar de señoras aristócratas hipócritamente por la influencia de los curas, a pedir que no se haga el derribo del convento de Candelaria, que está ruinoso y denunciado; Y nosotras conociendo la dañada intención con que se han presentado dichas señoras a pedir a esa digna corporación una cosa tan injusta, indigna de una población culta, pedimos que no tan solo se derribe el convento en cuestión, sino que todos los que existen, por ser estos establecimientos de ninguna utilidad a la sociedad, a la religión y a los adelantos del siglo diecinueve; esperando lo hagan con toda rectitud por ser de justicia. Salud y República Federal Social[8]. (La negrita es mía)




[1]  HENNESY, C. A. M., La república federal en España. Pi y Margall y el movimiento republicano federal, 1868-1874, Madrid, Aguilar, 1966, p. 91.

[2]  Sobre los antecedentes relativos a la preocupación de los demócratas gaditanos, y en particular de Fermín Salvochea por la mejora de la condición  social de la mujer, vid. MARCHENA DOMÍNGUEZ, J., “Mujer e ideología en el Cádiz isabelino. Las corrientes de vanguardia”, en Trocadero. Revista de Historia Moderna y Contemporánea”, 8 y 9 (1996-7), pp. 265-76.

[3] ESPIGADO TOCINO, G., Aprender a leer y escribir en el Cádiz del Ochocientos, Cádiz, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1996, p. 139.

[4]  Archivo Municipal de Cádiz,  Caja 493, “Asociaciones y Sociedades”. Expediente 349 de 1870. El comunicado del gobernador civil al Ayuntamiento decía: “Examinado por este Gobierno de Provincia el reglamento adjunto de la sociedad republicana federal de “Mariana Pineda”, y de conformidad con el parecer de V.S., he acordado permitir la existencia de dicha asociación”.

[5]  Sobre Guillermina Rojas, veáse: 

GLORIA ESPIGADO TOCINO, G.: 
“Experiencia e identidad de una internacionalista: trazos biográficos de Guillermina Rojas Orgis”, Arenal. Revista de historia de mujeres, 12 (2005), pp. 255-80, pp. 255-80.
“La acción política de las republicanas durante el Sexenio Democrático, pp. 3 y 5
“Mujeres “radicales”: internacionalistas y republicanas en España (1848-1874), en Ayer, 60 (2005), p. 39; 

GUTIÉRREZ NIETO, C.,  Del Pupitre. Del Magisterio. Una aproximación a la historia de la profesión y las Escuelas Normales de Cádiz, Servicio de publicaciones de la Universidad de Cádiz, 2008. pp. 107-9.

[6]  En octubre de 1871 Guillermina Rojas se había trasladado a Madrid, formando parte activa del movimiento obrero a través de una de las secciones de la Internacional, pues el 22 de este mes en un acto del Consejo Federal, participó junto a otros compañeros en defensa de las acusaciones contra la Internacional.

[7]  Margarita Pérez de Celis, una precursora del feminismo en España, fue directora de la publicación gaditana dedicada a difundir las doctrinas de Charles Fourier, El Pénsil Gaditano, luego El Nuevo Pénsil de Iberia, y redactora de La Buena Nueva. Vid. RAMÍREZ ALMAZÁN, Mª D., “Las fourieristas gaditanas y la reivindicación de los derechos de la mujer: La mujer y la sociedad de Rosa Marina”, en AA.VV. Las revolucionarias. Literatura e insumisión femenina, Sevilla, Archive Editores, 2009, pp. 513-529. JIMÉNEZ MORELL, I., La prensa femenina en España (Desde sus orígenes hasta 1868), Madrid, Ediciones de la Torre, 1992, pp. 47, 104, 106 y 116. ESPIGADO TOCINO, «Mujeres “radicales”: Utópicas, internacionalistas y republicanas en España (1848-1874)», en Ayer, 60 (2005), pp. 21-31.

[8]  Archivo Municipal de Cádiz, Caja 6677, Carpeta “Derribo del convento de la Candelaria”. El texto contiene algunas faltas de ortografía (“haviéndose”; “ipócritamente”; “seaga”, y “loagan”), que he modificado. Nótese que mientras El Comercio estimaba el número de señoras de la manifestación en pro del convento como de  “unos cientos, el escrito del Círculo Mariana Pineda solo citaba “un centenar”. El escrito del circulo iba firmado por dieciocho mujeres. La primera firmante era Margarita Pérez de Celis, y la seguían  Rosa Cabs, Dolores Reina, Teresa Riu, María Josefa Zapata (Responsable junto con Pérez de Celis en las distintas publicaciones cuyo nombre empezaba por El Pensil: El Pensil Gaditano, El Pensil de Iberia, El nuevo Pensil de Iberia y El Pensil de Iberia y la Buena Nueva), María Romero, Rosario Rodríguez, Dolores Mora, Bárbara Domínguez, María Méndez, María Jiménez, Antonia Zamorano, Ana Núñez, Águeda Hernández,  Antonia Amado, Ana Figuerola, Antonia Gómez y Vicenta Díez.

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